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miércoles, 16 de enero de 2013

EL TROZO DE TELA..........

FUENTE : FACEBOOK / LOS HÉROES OLVIDADOS
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                                 Bandera Española rescatada del "Antonio López"




                                                  Escudo de Puerto Rico




                                   Escudo de la Capital de Puerto Rico , San Juan

Puerto Rico, junio de 1898…
La poderosa flota yanqui bloquea las aguas de Puerto Rico, tras haber destrozado a la flota española en Santiago confían en la rápida rendición de los españoles y apropiarse así también de la preciosa isla caribeña, la más hermosa de las perlas que España tenía en aquellas aguas.
En mitad de la noche, sin luces, con las máquinas en marcha lenta el cargu...ero español “Antonio López”, que había salido de Cádiz con bastimentos y municiones para la guarnición puertoriqueña y a pesar de las terribles noticias de la pérdida de la flota en Santiago de Cuba ha recibido órdenes de cumplir su misión y entregar la preciada carga, se desplaza silencioso y alerta muy pegado a la costa, tras burlar , ¡con dos cojones!, el bloqueo de la moderna y poderosa flota enemiga.
Ahora su capitán don Ginés Carreras intenta meter el barco en la embocadura a San Juan y en su cabeza se repite el soniquete del último mensaje recibido por el buque. “ Haga usted llegar el cargamento, así se pierda el barco”. Así sin despeinarse el mando le ordena entrar a toda costa en Puerto Rico, Carreras casi lo consigue, casi.

En mitad de la noche caribeña se iluminan unos focos y estalla el sonido de las sirenas de alarma, el “Antonio López” ha sido localizado por el enemigo, que de inmediato empieza a cañoñearlo y acosarlo.
Nada puede hacer el carguero español, armado con un cañón a proa, más que intentar escapar y llegar hasta puerto, pero el buque enemigo es un navío de guerra moderno y artillado hasta en la grímpola, y el “Antonio López” pronto empieza a recibir impactos y en sus cubiertas a derramarse la sangre de nuestros compatriotas.
Al capitán Carreras no le queda otra, tras esquivar todos los cebollazos que ha podido, que no han sido pocos y encallar el barco en la Ensenada Honda.

Una vez varado el navío, la tripulación empieza de inmediato a descargar el preciado cargamento, la misión se cumplirá cueste lo que cueste, en popa, la bandera de España flamea acribillada por el último cañonazo enemigo, pero orgullosa y erguida todavía desafía al enemigo.
Tal desafío es un grano en el culo norteamericano, así que a la semana más o menos de ver el casco del “Antonio López” desafiante en la ensenada, con la bandera allí todavía, ordenan a otro de sus barcos que se arrime a la costa y destroce aquel pedazo de metal que tanta vergüenza les estaba causando.

El “USS New Orleans” es el encargado de dar la puntilla al carguero español, del que todavía los tripulantes se afanan en sacar la carga. El bombardeo sobre el varado barco español es horroroso, descargando los norteamericanos toda su furia sobre el indefenso buque.
La tripulación cae segada por la metralla, hay explosiones e incendios, muertos y heridos, sangre y lágrimas. La bandera sigue en popa.

Entonces un anónimo marinero, un español de a pie, normalito, quizá un reemplazo, quizá un voluntario, quizá un oficial o quizá un simple marinero, no se sabe.
Un ESPAÑOL así, en mayúsculas, decide coger aquel trozo de tela rojigualdo y llevárselo consigo, para que así, no caiga en manos enemigas, corre entre las explosiones y la metralla, esquivando la muerte llega hasta el mástil, arria la bandera y se ata el trapo alrededor de la cintura, luego corre hasta la borda para arrojarse al mar.
Justo cuando salta en la espalda se le clavan dos trozos de metralla que lo atraviesan.
Herido y moribundo aquel marinero tendrá el valor y la fuerza de alcanzar la orilla a nado, arrastrarse por aquella arena que todavía era tierra española y dejarse morir allí contemplando las estrellas y aferrando con las manos el trozo de tela que lleva amarrado a la cintura.
Hasta él llega un puertorriqueño de los muchos que habían acudido para socorrer a los náufragos. El marinero español está ya casi muerto, pero cuando Rocaforte, que así se llamaba aquel buen isleño está a su lado, el marino abre los ojos, llenos de fuego y rabia, desata la bandera que lleva y se la entrega al hombre que tiene junto a él:

- ¡¡¡Que no la agarren ésos…!!!- le dice, y después muere con un último suspiro aliviado.

Rocaforte tiene los ojos llenos de lágrimas y no sabe muy bien la razón, quizá sus fallecidos gallegos que le rascan las tripas con aquel trozo de tela en las manos, por aquel resquemor, por la sensación de familia que le llenaba, Rocaforte guarda la bandera del “Antonio López” en su casa durante años…

Hasta que un día se acordó de las monjas españolas de Las Siervas de María que atendían el hospital para pobres muy cerca de “La Fortaleza” y del puerto. Las monjas, nostálgicas de la patria y desde muy poco después de haber perdido la guerra y con ella nuestras amadas provincias ultramarinas, saludaban con sus pañuelos blancos desde la galería del convento, a los barcos españoles que recalaban en San Juan.
Rocaforte no lo dudó, fue hasta el convento, habló con la Superiora y le contó la historia de la bandera y del último deseo de aquel marino español que la trajo atada en la cintura por no dejarla allí, entre los hierros candentes del barco que se hundía, y les entregó aquel trozo de tela rojigualdo gastado por los años.

Pocos después arribó a San Juan otro navío de la Madre Patria, pero ésta vez, las monjas no saludaron con los pañuelos, ondearon orgullosas la bandera acribillada del “Antonio López”. La bandera agarró aquel viento y su flamear fue como un suspiro y un lamento, un suspiro de alegría y un lamento de pena por la belleza perdida.
Desde el puente de mando de aquel primer barco, el capitán y los marineros emocionadísimos por la imagen de su bandera saludándoles desde un balcón responden al saludo con tres toques de sirena y ondean la suya devolviendo el saludo.

Y así llevan haciéndolo las Siervas de María más de cien años…

Hoy día todavía lo hacen. Son ya pocos barcos los que llegan, pocas las compatriotas que en el convento quedan y pocas las veces que salen ya a saludar, sin embargo, cada vez que lo hacen, cada vez que tan lejos, ellas sacan la bandera, cada vez que lo han hecho estos años, cada vez que ha ondeado allí nuestra enseña, las monjas de Puerto Rico han salvado la honra de una nación entera, la nuestra.

Porque solamente ellas, con ese sencillo gesto, con esa tradición hermosa y vieja, con la emoción en los ojos y el corazón añorando su vieja tierra, han mantenido nuestro honor y nuestra grandeza.

Y todo esto lo han conseguido, ondeando tan sólo, un trozo de tela…











A. Villegas Glez. 16/1/13

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