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sábado, 20 de diciembre de 2014

De esto no se habla: las repetidas invasiones españolas de las islas Británicas

fuente:http://www.elconfidencial.com/alma-corazon-vida/2014-11-22/de-esto-no-se-habla-las-repetidas-invasiones-espanolas-de-las-islas-britanicas_500789/#lpu6WxsWMltIxcXk

Quien no está preso de la necesidad, está preso del miedo. Unos no duermen por la ansiedad de tener las cosas que no tienen, y otros no duermen por el pánico de perder las cosas que tienen.
Eduardo Galeano
 
Por el procedimiento de negar la mayor y opacar verdades incontestables, la historia de Inglaterra nos habla de una isla fortín a prueba de invasiones. Nada más incierto.

Los ingleses siempre han tenido la habilidad para ocultar sus derrotas hasta hacerlas parecer una pelea de kindergarten, trifulcas de callejón o rumores en lontananza, así como quien no quiere la cosa. Los españoles, sin embargo, magnificamos nuestros fracasos cuando la realidad de la historia nos dice que la economía y su brazo armado, los ejércitos, funcionan por asaltos en un vaivén pendular ora favorable ora desfavorable.

Las muchas, y en general fructíferas, invasiones de Inglaterra llevaron sello español durante 400 años
Tenemos un gusto insano por el autoflagelamiento y una amnesia aguda ante las gestas de nuestros antepasados.

Las muchas, y en general fructíferas, invasiones de Inglaterra –por otra parte un gran rival–, llevaron sello español durante cuatrocientos años. No hay que olvidar que la reina Isabel I de Inglaterra, mientras que condenaba a Drake al ostracismo, hacia alarde de la victoria (en realidad desastre sin paliativos) de la Contraarmada que ataco La Coruña y Lisboa al año siguiente del fracaso de nuestra Felicísima Armada.

La historia de España es grandiosa y desconocida, a la par que deformada. No se es español de izquierdas o de derechas, se es español. Los asuntos internos nos pueden llevar a concluir si queremos el potaje con chorizo o con grelos, pero nunca a perder la identidad de la madre que nos alumbró. Además, debemos recordar que un pueblo sin historia al igual que una persona sin pasado, pierden su identidad y se convierten en amalgama, o lo que es lo mismo, se acaba dejando de jugar en primera división, se visita el Hades, y, cuando esto ocurre, nunca se sabe por cuánto tiempo.

Parece que desde que el normando Guillermo el Conquistador en 1066 les aplicara un severo correctivo en Hastings, al sur de Londres, batalla que quedó reflejada para la historia en el famoso tapiz de Bayeux, hasta que los alemanes en los prolegómenos de la II Guerra Mundial invadieran las islas del Canal con más simbolismo que otra cosa, no había ocurrido casi nada en ese interregno. Pues nada más lejos de la verdad.

Guillermo I 'El Conquistador'

Guillermo I 'El Conquistador'

Resulta que durante cerca de cuatro siglos, desde mediados del XIV hasta entrado el XVIII, primero los castellanos y más tarde la Corona española, visitaron con una frecuencia sostenida y muchas veces contundente, a los arrogantes isleños del otro lado de Canal de la Mancha. Por supuesto, la historia oficial de los británicos aplica una severa cortina de silencio o Damnatio Memoriae sobre los hechos irrefutables de las diferentes invasiones y desembarcos acontecidos, para así no perjudicar su imagen de inexpugnables.

Ya el insigne almirante castellano Sánchez de Tovar montaría en cólera tras la quema por la flota inglesa del Conde de Salisbury de siete naves mercantes castellanas ancladas en la rada de Saint-Malo en marzo de 1373, tras pasar a cuchillo a todas las tripulaciones. Ocurría esto en el contexto de la Guerra de los Cien años. Esta provocación inglesa supondría a posteriori el saqueo e incendio del puerto de Londres en un memorable y audaz ataque de este ilustre marino.

Para tragedia de los castellanos, el botín embarcado en las rapidísimas galeras de bajo bordo debería de ser devuelto al mar casi en su totalidad. Tal era la magnitud de lo embarcado, que el agua del proceloso mar desafiaba los más elementales principios de Arquímedes, hasta el punto de que hubo que retornar al fondo del Canal de la Mancha una gran parte de lo incautado. Pero la cosa no quedó ahí.

Unos años más tarde, la tragedia de la Empresa de Inglaterra o Felicísima Armada –apodada por los ingleses como la Armada Invencible– supuso la pérdida de la cuarta parte de las naves a manos de las fauces atlánticas en aquel desafortunado tiempo desatado. El imperio español habría tenido la oportunidad de destrozar a la armada inglesa en Plymouth de haber seguido las instrucciones del almirante vasco Juan Martínez de Recalde, segundo comandante de la Armada, intentará nuevas acometidas.

En ese año de 1597 una nueva fuerza superior a la de la armada de 1588, se ponía en marcha con la clara intención de llevar a cabo el propósito de invadir las islas británicas

El 26 de julio de 1595, Juan del Águila y su segundo, el capitán vizcaíno Carlos de Amezqueta, en un arrebato más que temerario y que ha pasado a los anales de la historia militar de todos los tiempos, decidieron pegar fuego a media docena de ciudades en la costa suroeste de Inglaterra. El resultado se saldó con la incautación de todo lo que tuviera algún brillo, de la cerveza acumulada en tinaja y pellejo, y del indulto del único pub de Mousehole, ciudad de referencia (entonces), de la durísima costa de Cornualles.
En ese año de 1597, ya entrado el otoño, una nueva fuerza superior a la de la armada de 1588, se ponía en marcha con la clara intención de llevar a cabo el propósito de invadir las islas británicas. Más de 160 barcos diseñados con alto bordo y bien artillados, y con una marinería bien entrenada, ponían sus miras en la gran empresa que venía resistiéndose desde hacía años.
Hay que recordar que antes de que se armara esta segunda flota, cerca de dos millares de náufragos de la infortunada armada, habían arribado –que no invadido–, de forma dislocada y arbitraria, a Irlanda y Escocia luchando con diferente suerte contra fuerzas abrumadoramente superiores. Los irlandeses, muy dispuestos y afines a la causa católica, albergaron y escondieron a muchos de ellos.
Nuevamente, las tormentas frustrarían la operación española, aunque en esta ocasión no se produjeron ni las pérdidas humanas ni las navales de la ocasión anterior. Sin embargo, siete navíos conseguirían llegar a Falmouth para desembarcar a 400 soldados que se atrincheraron en la zona en posición de combate. Transcurridos unos días, y tras comprobar que la invasión se había frustrado y que los refuerzos no llegaban, reembarcaron. Se podría calificar de desembarco fallido, pero allá estuvimos. El golfo de Vizcaya se mostraba una vez más como una fiera abisal e indomable.
Cerca de 4.500 hombres perfectamente entrenados, tercios duros y bragados, tomarían posiciones sólidas

La guerra de resistencia de los irlandeses y finalmente el Tratado de Londres, muy beneficioso para nuestras armas, saldaría favorablemente para los peninsulares la Guerra anglo-española. Probablemente habría que haber rematado, pero fuimos generosos.

Nuevas acciones contra Inglaterra

Para el año 1601, España debía un favor de palabra a los entregados irlandeses que no solo habían colaborado en la crucial derrota del turco en Lepanto, sino que batallaban en los diferentes frentes que la Corona española tenia abiertos a lo largo y ancho del mundo. Esto obligaría a Felipe III a contribuir a la financiación y apoyo de los insurrectos irlandeses en su batalla sin fin contra los invasores ingleses. Finalmente una expedición militar comandada por el ilustre Juan del Águila desembarcaría erróneamente en el sur de la isla en otro punto distinto a Cork, llamado Kinsale.
Cerca de cuatro mil quinientos hombres perfectamente entrenados, tercios duros y bragados, tomarían posiciones sólidas. Pero quiso la mala fortuna que los invasores españoles fueran sitiados y que los irlandeses que iban a servir de apoyo y guía no aparecieran en el momento adecuado, lo que implicaría unas tablas técnicas con los ingleses, afortunadamente negociadas de buena manera por ambas partes.

Más tarde, cerca de un siglo después, un aciago tratado, el de Utrecht, que pondría fin a la guerra de Sucesión española, beneficiaría enormemente a Inglaterra, perjudicando de manera rotunda a España. No sólo se perdieron los Países Bajos y las posesiones italianas en las que se estaba presente desde la Edad Media, sino que además, Gibraltar y Menorca dejarían de ser parte nuestro solar patrio. Un desastre para un imperio sobreexpandido que por primera vez recibía una advertencia seria. Al otro lado del Cantábrico había un competidor de altura y a tener en cuenta.

Retrato de Felipe V dibujado por Louis-Michel van Loo

Retrato de Felipe V dibujado por Louis-Michel van Loo

Pero el descontento y la frustración anidaban dentro de la resaca de la derrota. Felipe V, intentaría darle la vuelta a ese tratado mediante operaciones encubiertas y alianzas militares.
En beneficio de nuestros actuales socios comunitarios, hay que recordar que siempre fueron unos adversarios dignos. Ya en el año 1596, el almirante Howard llegó a saquear Cádiz con una casi absoluta impunidad, aunque en 1626, en otro intento, saldrían severamente escaldados –por no calificar de hecatombe– la acción de la flota inglesa.

En 1589, el pirata Francis Drake dirigiría una expedición (la Contraarmada) hostigando los puertos de La Coruña y Lisboa aprovechando la ventaja estratégica ocasionada por el fracaso del año anterior de la  Felicísima Armada. Aunque las tropas inglesas llegarían a pisar suelo ibérico, sufrirían un descalabro descomunal y en consecuencia, sendas derrotas. Las pérdidas en hombres, barcos y dineros de Drake y de su belicosa reina superaron sobradamente las de Felipe II el año anterior en su infortunada experiencia contra los elementos.

Último asalto

El último desembarco español en las islas Británicas ocurrió en Escocia. Del Tratado de Utrecht que puso fin a la guerra de Sucesión española, el país más beneficiado sin duda alguna, fue Inglaterra y la más perjudicada, España. En cuanto se hicieron las paces, el nuevo rey, el Borbón Felipe V, no dejaría de trajinar hasta conseguir la revancha.

En aquella época, en Inglaterra reinaba Jorge I (1714-1727) de la dinastía alemana de los Hannover. Ciertamente no era un monarca muy popular, y era rechazado por los irlandeses, escoceses y católicos ingleses. Su presuntuoso afán de hablar en alemán a sus súbditos insulares le granjearía una galopante impopularidad. Llegaría al poder tras ningunear los innumerables derechos sucesorios de los católicos locales. Los Estuardo y sus numerosos partidarios, los jacobitas, a través de Jacobo III hijo del a su vez  derrocado padre, pedían a las cortes católicas continentales, ayuda para recobrar su trono.

Felipe V, intentaría darle la vuelta a ese tratado, mediante operaciones encubiertas y alianzas militares

Allá por el año del señor de 1719, Felipe V y el cardenal Alberoni, descontentos con la tijera de Utrecht, acordarían con exiliados y agentes británicos e irlandeses la invasión de Inglaterra y el derrocamiento del monarca teutón que a la sazón llevaba las bridas del imperio aspirante a derrocar al hegemón hispánico. La clave consistía en enviar una restringida fuerza naval a Escocia, con tropas y armas para los apaleados jacobitas. La idea consistía en tender una celada una vez que el ejército inglés hubiera marchado hacia el norte cruzando la Muralla de Adriano. Entonces, una fuerza naval de más envergadura, con unos 5.000 soldados y 30.000 mosquetes, desembarcaría en Gales o en Cornualles y armaría a los jacobitas y todos juntos y contentos, marcharían hacia Londres.

Lo cierto es que la flota grande no pudo zarpar de La Coruña a su debido tiempo dada la habitual mala mar en la época en cuestión, pero la expedición destinada a Escocia y formada por dos fragatas y 307 infantes de marina con 2.000 mosquetes, había salido días antes de San Sebastián. El cuatro de abril, las dos fragatas arribaron a la isla de Lewis, la más grande del archipiélago de las Hébridas y se apoderaron de su capital. Hasta ahí, todo iba razonablemente bien aunque el desfase con los objetivos hacía presagiar lo peor.

Batalla de Glenshiel

La pérdida de imagen y el deterioro militar galopante de España en beneficio de Inglaterra era más que patente. En aquel momento, Gran Bretaña enfrentaba una cruenta guerra civil debido a las pretensiones dinásticas al trono de Jacobo III Estuardo, último rey católico de Inglaterra. A este conflicto se añadía la derivada de las constantes revueltas nacionalistas en Escocia, que eran el pan nuestro de cada día.

Alberoni, cardenal ínclito y asesor de Felipe V, decidiría pasar a la acción ante el deterioro flagrante del prestigio del coloso que éramos y de los titubeos del monarca a la hora de tomar decisiones de transcendencia. Y pasamos a la acción.

Originalmente el plan del cardenal Alberoni constaba de dos fases. En la primera de ellas, se infiltrarían en Escocia 300 infantes de marina españoles con el fin de levantar a los clanes del oeste. Esta maniobra de distracción tenía como objetivo obligar a los ingleses a llevar más tropas y barcos hacia el norte, dejando desprotegido el sur de la isla.

La batalla de Glenshiel fue el último combate en el que los británicos se enfrentaron contra fuerzas extranjeras en su propia isla

Pero el fracaso en las adhesiones de los highlanders, poco motivados ante las perspectivas de un escarmiento inglés y la falta de noticias del desembarco de los españoles en el sur de la isla, mermó notablemente el entusiasmo bélico de los locales. Habida cuenta de que el ángulo de optimismo se iba reduciendo por momentos, una buena parte de los españoles se parapetaron en el castillo de Eilean Donan, fortaleza emplazada en un paraje de ensueño y conectada a tierra firme por un puente de piedra que penetraba profundamente en el gélido Lago Alsh.

Los británicos enviaron un importante destacamento naval que fue recibido con poca cortesía. Como respuesta, un bombardeo atroz y sostenido durante una semana, acabaría caducando los tímpanos de los sitiados y rindiendo el castillo. Los partidarios del Estuardo serian ejecutados, acusados ipso facto por alta traición y los españoles llevados a las fragatas y conducidos cerca de Edimburgo, donde serían encarcelados hasta la espera de un oportuno trueque.

La batalla de Glenshiel fue el último combate en el que los británicos se enfrentaron contra fuerzas extranjeras en su propia isla. El 10 de junio de 1719, en Escocia occidental, las fuerzas reales británicas derrotaron a varios clanes jacobitas escoceses e infantes de marina españoles tras una cruenta lucha que duraría hasta cerrado el día.

El año 1719 marca el punto de inflexión de la elasticidad del imperio español. La presión coordinada de los frentes abiertos, el coste económico y humano de las continuas guerras, el declive del empuje  colonizador, y todo ello sumado a la increíble incompetencia de las cabezas pensantes, sellan un nuevo orden estratégico internacional en el que de a poco nos iríamos difuminando.
El mar salvador que protegió a Inglaterra cual muralla invisible, fue a su vez la tumba de muchos marinos españoles y de un sueño quebrado por los elementos.

La ley de matrimonios mixtos que cambió la colonización de América

Fuente : http://www.elmundo.es/la-aventura-de-la-historia/2014/06/10/5396e7af268e3e54428b4587.html?cid=SMBOSO25301&s_kw=Facebook

http://www.abc.es/cultura/20140216/abci-amores-conquistadores-mestizaje-pizarro-201402152100.html



Los contactos entre los conquistadores y las mujeres nativas fueron un problema y una característica de la conquista de América.

El matrimonio también era una herramienta para la conversión de los indios. En 1503, los Reyes Católicos fomentaron los matrimonios mixtos

 
"Me arañó de tal modo con sus uñas que yo no hubiese querido entonces haber comenzado", con lo que respondió golpeándola con una correa "de modo que lanzaba gritos inauditos". El relato pertenece al italiano Miguel de Cuneo, un cronista que acompañó a Cristóbal Colón durante su segundo viaje a América, tal y como describe en su Relación de 1495 sus escarceos con una mujer taína que le había regalado el propio Almirante.
Los contactos entre los conquistadores y las mujeres nativas fueron un problema y una característica de la conquista de América. La situación, aunque no siempre llegó a los extremos que narra Cuneo, estuvo llena de irregularidades y vacíos jurídicos. Fue la importancia de regularizar tales uniones lo que llevó al rey Fernando el Católico a aprobar en 1514 una real cédula que validaba cualquier matrimonio entre varones castellanos y mujeres indígenas.
La ley de 1514 sería en una de las principales características de la experiencia colonial española: el mestizaje
La ley de 1514, cuyo quinto centenario se celebra este año, reconocía de forma legal una realidad que se convertiría en una de las principales características de la experiencia colonial española, y cuyas consecuencias afectarían el entramado social de Sudamérica hasta nuestros días: el mestizaje.Probablemente la de Cuneo sea la primera referencia escrita de abusos sexuales por parte de colonos en América, aunque no todas las relaciones entre españoles e indígenas respondieron a este patrón.




Sin embargo, es cierto que la casi total ausencia de mujeres castellanas en las Américas causó problemas desde el principio, y determinó la tendencia a buscar esposas o parejas no formales entre las mujeres locales. Cristóbal Colón atribuyó la destrucción del fuerte Navidad, fundado en su primer viaje, al hábito de los castellanos de amancebarse con hasta "cuatro mugeres" y de apropiarse de las nativas a placer.
Las relaciones entre castellanos e indias crecieron exponencialmente a medida que la colonización de las islas caribeñas iba avanzando. Muchos colonos desposaron a las hijas de caciques locales con el objetivo de heredar tierras y mano de obra. Esta táctica matrimonial, practicada con asiduidad en La Española, llamó la atención del tercer gobernador de la isla, fray Nicolás de Ovando.

Una cuestión política

Tales matrimonios suponían la peligrosa creación de una nobleza basada en la tierra, reconocida por los nativos pero encabezada por españoles. Ovando trató de limitar los matrimonios mixtos, todavía en el limbo legal, imponiendo una licencia matrimonial y otorgando encomiendas a quienes se habían casado con las hijas de caciques en territorios alejados de las tribus a las que pertenecían. La mezcla de ambos grupos, además de ser una necesidad obvia, se había convertido en una cuestión política.
La validez de estas uniones matrimoniales se veían afectadas además por un problema legal añadido: el del status jurídico de los indios. Los indios, según entendió Colón desde el principio, podían ser esclavizados. Sin embargo, la corona tenía una interpretación diferente. Ya en 1495, la reina Isabel la Católica se había visto obligada a intervenir para evitar que el Almirante vendiera cuatro nativos americanos que había traído consigo de su segundo viaje.
La mezcla de ambos grupos, además de ser una necesidad obvia, se había convertido en una cuestión política.
La ambigua situación de los indios creaba una gran incertidumbre acerca de la legalidad de los matrimonios mixtos y su descendencia. Tal incertidumbre desapareció a principios del siglo XVI. Si bien la postura oficial de los Reyes Católicos con respecto a los indios era aún imprecisa en 1495, tan sólo cinco años más tarde, en 1500, los monarcas publicaron una real cédula prohibiendo su esclavización.
La política de protección de los nativos americanos iniciada por Isabel fue continuada por su cónyuge, el rey Fernando: las Leyes de Burgos, promulgadas en 1512 y complementadas por las Leyes de Valladolid de 1513, trataron de suprimir los abusos de los colonos españoles en ultramar, al tiempo que buscaban la conversión de los indígenas y su sujeción al entramado colonial.
En este contexto, la real cédula de 1514, aunque de mucha menor envergadura, suponía un gran avance en la afirmación de los derechos de los indios. A pesar de la frecuencia con la que varones castellanos se emparejaban con mujeres nativas con anterioridad a la real cédula de 1514, la ley se consideraba necesaria dado que la mayoría de estas relaciones carecían de un verdadero status legal.
La convivencia variaba desde meras mujeres de compañía hasta esposas, formalizadas a veces a través de ritos indios y no cristianos. Fray Bartolomé de las Casas afirmaba que el grado de amancebamiento era tal que los colonos se referían a sus parejas con el término "criadas".

Herramienta para la conversión

No obstante, y a pesar de la abundancia de casos de convivencia fuera del matrimonio que se daba en América, las uniones reconocidas parecen haber sido la regla general. Según el historiador británico Hugh Thomas, el repartimiento de 1514 organizado por Rodrigo de Alburquerque sugería que la mitad de los colonos castellanos de La Española estaban formalmente casados con mujeres indígenas.
El matrimonio también era una herramienta para la conversión de los indios. En 1503, los Reyes Católicos enviaron una ordenanza al gobernador Ovando instándole a fomentar los matrimonios mixtos con la esperanza de facilitar la tarea evangelizadora.

Un ejemplo especialmente importante fue la política de enlaces matrimoniales que Cortés empleo con los herederos de Moctezuma, entre ellos, los de Isabel de Moctezuma. Isabel de Moctezuma, hija del emperador mexica Moctezuma II, nació con el nombre de Tecuichpo Ixcazochitzin. Siendo aún niña fue desposada con el noble Atlixcatzin, quien murió en 1520.

Tras la muerte de Moctezuma, Tecuichpo se casó sucesivamente con los dos emperadores que sucedieron a su padre, Cuitláhuac y Cuauhtemoc, convirtiéndose en la última emperatriz azteca. La conquista de Tenochtitlán supuso un cambio radical de gobierno al que Tecuichpo sobrevivió convirtiéndose al catolicismo y adoptando el nombre de Isabel.

Isabel de Moctezuma: Una mujer crucial

Isabel de Moctezuma fue desposada en 1526 con Alonso de Grado, uno de los lugartenientes de Cortés. Este enlace encarna la política de integración adoptada por Cortés con el objetivo de incluir a la estructura de poder azteca dentro del entramado colonial español y, al mismo tiempo, el intento por parte de los españoles de legitimar su dominio sobre Méjico a través de la autoridad de los gobernantes aztecas.

El matrimonio de Isabel de Moctezuma con Alonso de Grado incluía como encomienda la ciudad de Tacuba, y era la mayor propiedad en el Valle de Méjico. Alonso de Grado murió sin dejar descendencia, e Isabel se casaría otras dos veces, e incluso daría a luz a un hijo ilegítimo de Hernán Cortés. De su último matrimonio con el español Juan Cano, Isabel engendró cinco hijos que iniciarían la genealogía de los duques de Miravalle, título aún existente y uno de los muchos legados directos de la conquista española de Méjico.
Con sus seis matrimonios, y viuda tres veces antes de cumplir los dieciocho años, Isabel de Moctezuma fue una de las grandes figuras femeninas de la conquista y del mestizaje. Sus matrimonios con lugartenientes de Cortés respondían a una razón simbólica: Isabel era la última emperatriz de los aztecas.

El matrimonio no sólo era una herramienta para la conversión, sino también para la integración cultural y la hispanización. Isabel de Moctezuma encarna en su persona la unión cultural entre la América Precolombina y la España imperial, unión de la que emergería Hispanoamérica.
A pesar de su importancia, la real cédula de 1514 no fue percibida como una gran innovación por sus contemporáneos. Comprendida entre los grandes cuerpos jurídicos de las Leyes de Burgos de 1512 y las Leyes Nuevas de 1542 que sentarían las bases del Derecho Indiano, la real cédula además adolecía de dificultades obvias en cuanto a aplicación y control.

Si bien es cierto que las uniones entre españoles e indias ya eran numerosas antes de 1514, la real cédula sentó las bases de un cambio social desconocido hasta entonces.

Al reconocer la posibilidad del matrimonio entre ambas razas, la cédula de Fernando el Católico sirvió para llenar un vacío legislativo referente a la condición legal de los indios, asegurando la absoluta legitimidad e igualdad de la descendencia que surgiera de los matrimonios mixtos comparados con los matrimonios de Castilla.

No sólo reconocía una realidad ya existente. También abría la puerta al mestizaje y a la simbiosis cultural, que fueron características exclusivas del imperio español, y que hicieron única a la experiencia colonial española en comparación con los demás imperios europeos.

Coracero español de 1810


EL último combate de " El Glorioso "

Augusto Ferrer-Dalmau Nieto
El último combate de " El Glorioso "


Fuente :http://es.wikipedia.org/wiki/Carrera_del_Glorioso

La carrera del Glorioso, Los combates del Glorioso o El viaje del Glorioso es como se conoce a una serie de cuatro enfrentamientos navales que tuvieron lugar en 1747, durante la guerra del Asiento, y en el marco de la Guerra de Sucesión Austríaca, entre el navío de línea de la Real Armada Española Glorioso, de 70 cañones, y varios escuadrones de navíos y fragatas ingleses que trataban de capturarlo.
El Glorioso, que transportaba cuatro millones de pesos de plata desde América, consiguió repeler dos ataques ingleses, uno en las costas de las Azores, y otro más frente al Cabo de Finisterre antes de desembarcar su carga en el puerto gallego de Corcubión.







Varios días después de dejar su carga a buen recaudo, mientras navegaba hacia Cádiz para acometer reparaciones, el Glorioso fue atacado sucesivamente por cuatro fragatas corsarias inglesas, y por los navíos Darmouth y Russell, cerca del Cabo de San Vicente. En el transcurso de estos dos últimos enfrentamientos, el navío español dejó fuera de combate a las 4 fragatas, e hizo estallar al navío inglés Darmouth, muriendo casi toda su tripulación. Finalmente, el navío Russell, de 80 cañones, consiguió capturar al barco español tras agotar el Glorioso toda su munición.[1] Los ingleses lo condujeron entonces a Lisboa, donde el Glorioso, tras ser detenidamente inspeccionado, fue desguazado debido a los enormes daños que había sufrido. El capitán español y la tripulación superviviente fueron llevados posteriormente a Gran Bretaña en calidad de prisioneros de guerra, ganándose la admiración de sus enemigos y siendo considerados héroes en España.

Como consecuencia de estos hechos, varios oficiales británicos fueron sometidos a un consejo de guerra y expulsados de la Royal Navy por incompetencia ante el enemigo.