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martes, 3 de marzo de 2015

La verdadera historia de “El Zorro”

FUENTE : http://www.historiadeiberiavieja.com/secciones/personajes/verdadera-historia-zorro


Fue corsario, capitán de los tercios y espía del Conde-Duque de Olivares. Sus sueños de grandeza y libertad le llevaron a tramar un plan de rebelión contra la corona española que muchos han interpretado como el primer intento de independencia de México. Su nombre es William Lamport. Dio origen a un héroe de leyenda: El Zorro. Esta es su verdadera historia. Javier García Blanco.




Madrugada del 25 de diciembre de 1650. Mientras parte de la población de Ciudad de México celebra la Nochebuena y el resto duerme apaciblemente, un misterioso personaje de aspecto famélico y sucios ropajes deambula sigilosamente por las calles del centro de la ciudad. El hombre se vuelve a menudo para comprobar que nadie le sigue y, cuando se cree fuera de peligro, pega algunos pasquines cubiertos de letra apretada en los muros de varios edificios, incluyendo la catedral. Desde allí se dirige al palacio del virrey y, tras toparse con un guardia, consigue convencerle de que es un emisario llegado de La Habana con una importante documentación que don Luis Enríquez de Guzmán, conde de Alva de Aliste y virrey de Nueva España, debe leer con urgencia. Cuando el guardia regresa del interior del palacio tras poner a buen recaudo aquellos documentos, el misterioso personaje ha desaparecido sin dejar rastro. Y motivos no le faltan: el enigmático caballero, de unos cuarenta años y aspecto extranjero, no es otro que William Lamport –o don Guillén Lombardo de Guzmán, como se le conoce desde hace años–, un irlandés que apenas unas horas antes ha escapado de la cárcel secreta de la Inquisición en la capital de la Nueva España.
La increíble fuga de William Lamport había puesto fin a ocho años de prisión en las temibles cárceles de la Inquisición, pero no duró mucho. Los pasquines que con tanto ahínco se había apresurado a colgar, y los documentos que entregó al virrey de la Nueva España llevaban por título Pregón de los justos juicios de Dios, que castigue a quien lo quitare, un texto audaz en el que Lamport no dudaba en acusar de corrupción y abuso de poder al Santo Oficio mexicano, volcado en el apresamiento de ciudadanos ricos –en especial portugueses conversos–, a los que sustraía todas sus riquezas y posesiones para beneficio propio, sin pagar los impuestos que le correspondían a la Corona española.
 
La Inquisición no tardó en difundir la noticia de la fuga en todas las parroquias de Ciudad de México
El desafío que suponía escapar de una cárcel secreta de la Inquisición –hazaña difícil de imaginar– habría sido motivo suficiente para poner en marcha una implacable “caza del hombre” contra él, pero si a eso le sumamos las actividades subversivas que acusaban directamente al Santo Oficio, no es de extrañar que la huida de Lamport durase apenas un día. La Inquisición no tardó en difundir la noticia de la fuga en todas las parroquias de Ciudad de México, y los sacerdotes de dichas iglesias anunciaron en sus sermones severos castigos para quien diera cobijo al fugitivo. Así, en apenas unas horas, el irlandés conocido como don Guillén Lombardo fue apresado mientras intentaba escapar con rumbo a Yanga, una población del estado de Veracruz en la que vivía fuera de la ley una comunidad de negros cimarrones escapados de sus amos. Tras la captura fue devuelvo a la prisión inquisitorial, de donde sólo saldría de nuevo años después para ser quemado en una hoguera durante la celebración de un siniestro Auto de Fe. Pero, ¿quién era este misterioso personaje y qué terribles crímenes había cometido para merecer tan severo castigo?
 
REVOLUCIONARIO DE NACIMIENTO
Lo cierto es que resulta muy complicado trazar una biografía certera de William Lamport, alias don Guillén Lombardo de Guzmán, pues casi todo lo que sabemos acerca de él procede de sus declaraciones al Santo Oficio a raíz de su proceso inquisitorial. Declaraciones que, no hay que olvidar, a menudo fueron obtenidas por medio de la tortura y la coacción, y que en otros casos destilan un más que evidente afán de protagonismo y una imaginación desbordante. Hay, sin embargo, algunos detalles que parecen seguros, pues fueron corroborados por el testimonio de otros testigos, entre otros su hermano John, fraile franciscano que también había emigrado a Nueva España.
Sabemos, por ejemplo –pues así lo detallan los propios inquisidores en los documentos del proceso–, que William Lamport era “hombre de mediana estatura, rubio de barba y cabello tirante a castaño, enjuto de carnes, quebrado de color y de ojos muy vivos”. Una descripción que algunos han querido identificar con los rasgos de un anónimo joven capitán retratado por el mismísimo Rubens en la década de los años 30 del siglo XVII, pintura que hoy se conserva en el Timken Museum de San Diego, en California. Pero más allá de su aspecto físico –y de su notable inteligencia, de la que también dan buena cuenta los inquisidores–, parece seguro que William Lamport nació en la localidad irlandesa de Wexford en torno a 1611. 
 
El barco que transportaba a William a suelo francés fue capturado por un navío de bandera corsaria
 
DE CORSARIO A CAPITÁN 
En un giro del destino que cambiaría para siempre su vida, el barco que transportaba a William a suelo francés fue capturado por un navío de bandera corsaria. El joven irlandés fue hecho prisionero, pero consiguió ganarse la confianza de sus captores y acabó convirtiéndose en un pirata más, surcando las frías aguas del Canal de la Mancha y del golfo de Vizcaya. Durante meses, Lamport compartió aventuras y peligros, e incluso tuvo ocasión de demostrar su valentía participando como mercenario de los franceses en el célebre asedio a La Rochelle contra los hugonotes.
 
Aquellas virtudes no pasaron desapercibidas para el todopoderoso Conde-Duque de Olivares, quien no dudó en favorecerle aupando su ingreso en el Colegio de San Lorenzo del Escorial
Aquella vida en alta mar, sin embargo, no duró mucho tiempo. Tras unos meses de vida corsaria, Lamport decidió abandonar a sus compañeros de armas y desembarcó en Burdeos, iniciando un nuevo viaje que le llevaría hasta A Coruña, donde se había establecido una importante comunidad de irlandeses exiliados como consecuencia de su enfrentamiento a la monarquía inglesa (Historia de Iberia Vieja, 108). En tierras gallegas el joven Lamport cambió su nombre por el de Guillén Lombardo y entabló relación con el marqués de Mancera, Antonio de Toledo y Salazar, entonces gobernador de Galicia. Gracias a aquella amistad consiguió una beca para estudiar en la escuela de exiliados irlandeses en Santiago de Compostela, el llamado Colegio de los Niños Nobles. De allí pasó al Colegio de los Irlandeses en Salamanca, y para entonces, a comienzos de la década de 1630, el joven gaélico se había ganado ya una fama como hombre de vasta cultura y numerosas cualidades. Aquellas virtudes no pasaron desapercibidas para el todopoderoso Conde-Duque de Olivares, quien no dudó en favorecerle aupando su ingreso en el Colegio de San Lorenzo del Escorial, reservado a la élite que formaría parte de la corte de Felipe IV. 
Completada su formación, don Guillén Lombardo siguió el paso de otros muchos compatriotas irlandeses, integrándose en uno de los tres regimientos gaélicos que formaban parte de los Tercios españoles. En esta nueva etapa como militar, durante la cual alcanzó el grado de capitán, Lombardo se destacó en batallas como la de Nördlingen (1634), o el asedio a Fuenterrabía (1638). En aquellos años, el joven irlandés entabló contacto en Amberes con el consejero del rey en asuntos militares, el jesuita y matemático Jean-Charles della Faille, y parece que fue entonces cuando el célebre pintor Anton van Dyck –o quizá alguno de sus discípulos–, realizó un grabado en el que Lombardo aparece representado, entregando un largo manuscrito a Della Faille. Este dibujo, hoy conservado en un museo de Budapest, es la única imagen que se conserva del misterioso gaélico, junto con el retrato –dudoso para muchos historiadores– que realizó Rubens, y que supuestamente le representa.
 
Aquel episodio supuso un escándalo, pues al parecer Guillén Lombardo no quiso contraer matrimonio
Tras batallar junto a sus hermanos irlandeses defendiendo los intereses de la corona española, Guillén de Lampart regresó a España, en este caso a la corte de Madrid. Allí, según declaró a los inquisidores mexicanos durante su captura, continuó su servicio bajo las órdenes de Olivares, para quien realizó labores diplomáticas y de espionaje. En 1639 la villa y corte recibió la llegada de otro irlandés, mercenario y rebelde, llamado Gilbert Nugent –conocido en nuestro país con el llamativo nombre de don Fulgencio Nugencio–, con quien Guillén Lombardo tenía lazos lejanos de parentesco. Nugent –o Nugencio– había llegado a España con una misión secreta: conseguir el apoyo de la corona española para lanzar una ofensiva que expulsara a los ingleses de Irlanda.
 
¿MISIÓN SECRETA EN NUEVA ESPAÑA?
Poco antes de la visita de Nugent a España, nuestro protagonista había iniciado una relación romántica con la noble doña Ana de Cano y Leyva, con quien tuvo una hija pese a no estar casados. Aquel episodio supuso un escándalo, pues al parecer Guillén Lombardo no quiso contraer matrimonio, lo que le valió numerosos reproches en el círculo cortesano y especialmente entre sus compatriotas irlandeses.
Algunos autores han sugerido que fue este incidente el que motivó su traslado a Nueva España, aunque hay evidencias para sospechar que en realidad don Guillén Lombardo y Guzmán viajó a tierras mexicanas para cumplir una nueva misión de su patrón, el Conde-Duque de Olivares. En su declaración ante el tribunal de la Inquisición de Ciudad de México, Guillén Lombardo aseguró haber llegado a Nueva España en la flota comandada por don Roque Centeno y Ordóñez, en un barco capitaneado por el capitán don Tomás Manito. En aquella misma flota, partida de Cádiz el 21 de abril de 1640, viajaban también el nuevo virrey de Nueva España, don Diego López Pacheco y Bobadilla, marqués de Villena, y el recién nombrado obispo de Puebla, Juan de Palafox y Mendoza. Según su testimonio a los inquisidores, Lombardo había recibido de Olivares la misión de espiar la situación sociopolítica en Nueva España, donde en los últimos años se habían producido algunos conatos de revuelta y levantamiento entre los criollos, cansados de los impuestos abusivos.
Así, Lombardo se infiltró en las clases altas criollas gracias a su estrecho contacto con el Escribano Mayor de Nueva España, don Fernando Carrillo, a cuyo hijo daba clases como tutor para no levantar sospechas. En aquel escenario se produjo un suceso que vino a cambiar inesperadamente el panorama de poder del territorio. En 1640 se había producido en Portugal la insurrección que llevó al trono al Duque de Braganza, que casualmente era familiar del marqués de Villena, el entonces virrey de Nueva España. Aquel suceso despertó suspicacias en la corte, y Olivares ordenó el arresto del marqués y su sustitución por el obispo de Puebla, Juan de Palafox. Guillén Lombardo habría participado activamente en aquel complejo episodio, tras el cual intento –sin éxito–, hacerse con un cargo de importancia en el nuevo régimen del obispo y ahora virrey. Un fracaso que sembró en su interior la semilla del desencanto…
 
En aquellas “sesiones” consumiendo la planta psicógena, don Ignacio aseguró haber tenido visiones proféticas, en las que veía a William como líder de una rebelión
 
PLANES DE SEDICIÓN
Para entonces, en verano de 1642, Guillén Lombardo llevaba ya dos años conviviendo día a día con la realidad social de Nueva España. Pese a su misión y su juramento de fidelidad a la corona española, Lombardo no podía evitar cierta simpatía hacia los criollos más descontentos, ni tampoco hacía los desfavorecidos indígenas o los esclavos negros, de origen africano. En cierta medida, seguramente aquel clima de opresión le recordaba al escenario de su Irlanda natal, en el que los ingleses habían sometido a sus compatriotas.
Así las cosas, en aquellos meses Guillén conoció a un indígena llamado don Ignacio, que había acudido a casa de don Fernando Carrillo en busca de consejo legal. El irlandés y el indígena pronto entablaron amistad, y además de compartir animadas charlas sobre la lamentable situación de los trabajadores indígenas, Guillén e Ignacio compartieron ratos de esparcimiento peyote. En aquellas “sesiones” consumiendo la planta psicógena, don Ignacio aseguró haber tenido visiones proféticas, en las que veía a William como líder de una rebelión que liberaría a Nueva España de la tiranía de la metrópoli. No sabemos si Guillén Lombardo creyó las visiones alucinógenas de su nuevo amigo, o si fue únicamente fruto de su descontento, pero lo cierto es que poco después el irlandés había dado forma a un plan “libertador” destinado a convertir a Nueva España en un nuevo estado soberano.
Poco a poco, Lombardo fue poniendo por escrito parte de sus planes, que incluían hacerse pasar por hijo ilegítimo de Felipe III –y por tanto hermanastro del entonces rey, Felipe IV– para reclamar su derecho a gobernar el virreinato, así como la creación de una milicia formada por indígenas, esclavos de origen africano y criollos descontentos con la Corona. Lideradas por él, aquellas tierras prosperarían hasta superar a cualquier otra nación del momento. Por desgracia para Lombardo y sus aspiraciones, aquellos planes llegaron a oídos inadecuados. En octubre de ese mismo año de 1642, el capitán español Felipe Méndez Ortiz lo delató a la Inquisición. El delito de sedición debía ser juzgado por las autoridades civiles, pero como el discurso subversivo de Lombardo incluía referencias a supuestas visiones sobrenaturales y consumo de alucinógenos, fue el Santo Oficio el que se encargó del caso.
Así, el 26 de octubre de 1642 don Guillén Lombardo y Guzmán, o Willam Lamport, fue encarcelado en una prisión de la Santa Inquisición en Ciudad de México. Allí permanecería encerrado los siguientes 17 años de su vida, con excepción de la breve fuga que protagonizó en la Nochebuena de 1650. El Santo Oficio le había condenado a diez años de prisión, durante los cuales Lombardo fue interrogado en numerosas ocasiones, dando testimonio de su vida y andanzas. Nada pudo hacer para escapar a su confinamiento. Su antiguo valedor y patrón, el Conde-Duque de Olivares, vivía para entonces sus peores momentos después de la insurrección de Portugal y las derrotas en Cataluña, lo que llevó a su destierro en 1643. Nadie iba a acudir en su auxilio.
 
Tras su fuga de la cárcel inquisitorial en diciembre de 1650 y la consiguiente denuncia contra el Santo Oficio difundida mediante panfletos, su destino quedó sellado para siempre
En los años de encierro –durante los cuales llegó a testificar contra él su propio hermano John, entonces fraile franciscano en Nueva España–, Lombardo se dedicó a escribir con fruición, tanto textos que denunciaban los excesos y desmanes de la Inquisición (panfletos que difundiría durante su breve huida de 1650) como obras literarias poéticas, entre las que destacan cerca de 900 salmos latinos de gran calidad.
 
CONDENA A MUERTE
Tras su fuga de la cárcel inquisitorial en diciembre de 1650 y la consiguiente denuncia contra el Santo Oficio difundida mediante panfletos, su destino quedó sellado para siempre. La Inquisición utilizó aquellos escritos en su contra, y terminó por condenarle a muerte en la hoguera en un Auto de Fe que tuvo lugar en Ciudad de México el 19 de noviembre de 1659. Cuenta la leyenda que antes de que el verdugo pudiera encender la pira que debía acabar con su vida, Guillén Lombardo logró ahorcarse a sí mismo con la cadena que lo mantenía preso. Les privaba así a los inquisidores del placer de haber acabado con su vida devorado por las llamas.
Los planes de rebelión de William Lamport y su muerte en la hoguera tuvieron cierta repercusión en los años posteriores, en especial entre la comunidad de irlandeses emigrados a Nueva España. Sin embargo, su fama se fue apagando poco a poco, hasta que en el siglo XIX un historiador mexicano, Vicente Riva Palacio, escribió una novela inspirada en su vida: Memorias de un impostor. Don Guillén de Lamport. 
Aquel texto terminó por inspirar a otro escritor, el novelista Johnston McCulley, que en 1919 publicó La maldición de Capistrano, cuyo protagonista es hoy conocido en el mundo entero: el Zorro, un noble criollo llamado don Diego de la Vega, dedicado a luchar contra las injusticias cometidas por las autoridades españolas. Desde entonces, Guillén Lombardo, o William Lamport, fue conocido con el apelativo de “el Zorro irlandés”. Hoy, una estatua en su honor recibe a los visitantes del mausoleo ubicado en el interior de la columna de la Independencia, en el Paseo de la Reforma de México D.F. Para muchos, Lamport fue, casi dos siglos antes que Miguel Hidalgo, el primer mártir de la independencia mexicana.

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